
El amor es comunión de de vidas que se entregan a los demás en
servicio del bien. Así es Dios, Trinidad santa. Así creó el mundo en
armonía que revela su belleza y bondad. Y, en este mundo creó al ser
humano en el amor y la libertad, en la triple vocación de relación
comunional, con el Absurdo, con los hermanos y con las demás criaturas.
Convivimos con Dios. Nuestra fuente de existencia es la
comunión con nuestro Creador. Lo humano y lo divino nos construye en la
gracia y la bondad. Esta relación comunional con Dios es de hijos y
Padre. Por eso, la comunión interhumana es fraternidad y tiene su mayor
expresión en el Padre amante con su Hijo amado, Jesucristo.

En la historia de la salvación, el Hijo se encarna y se
hace comunión con la humanidad. Lo eterno y lo histórico, lo divino y lo
humano, conviven en la persona de Jesucristo. Desde entonces, el mundo y
la humanidad están colmados de Dios. Todo nos habla de un Dios que nos
ama y nos quiere unidos en comunión de amor. El Padre viene a comulgar
con nosotros por el Hijo, en el Espíritu Santo, vínculo de amor.
Y, para que este encuentro comunional se viva en cada
momento de la historia, nos ha regalado la gracia por medio de los
sacramentos. Así llega a nuestro corazón y lo transforma. Cada uno de
los sacramentos enriquece nuestra relación con la Trinidad.
Ahí contemplamos el extraordinario valor de la Eucaristía, el Sacramento de nuestra fe, el Santísimo Sacramento. Ésta es la manera como el Señor ha querido hacerse presente y permanecer en comunión con nuestros. Dice Pablo VI que
"tal presencia se llama real no por exclusión, como si las otras (presencias) no fueran reales, sino por excelencia, ya que es substancial, porque mediante ella, ciertamente se hace presente Cristo, Dios y Hombre, entero e íntegro" (Mysterium fidei).
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