Cada jueves o domingo después de la
Solemnidad de la Santísima Trinidad, celebramos la fiesta del Cuerpo y la
Sangre de Cristo, para honrar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
La Eucaristía es obra y don de Cristo, que sale
a nuestro encuentro y nos alimenta con su Palabra y con su vida, como ofrenda
de amor por nuestra salvación.
Como alimento eucarístico, el sagrario que
más anhela Jesús es un corazón de carne y hueso, para ser comulgado con
devoción y amor, para hacerse uno en el alma de cada creyente.
La Eucaristía es la memoria de un Cristo
que entregó su vida libremente, para salvar a la humanidad y para poder
celebrar la eucaristía con dignidad cristiana, debemos sentirnos reconciliados
con Dios y con todos los hombres:
“Quien reconoce a Jesús en la Hostia santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es extranjero, que está desnudo, enfermo o en la cárcel; y está atento a cada persona, se compromete, de forma concreta, a favor de todos aquellos que padecen necesidad. Del don de amor de Cristo proviene, por tanto, nuestra responsabilidad especial de cristianos en la construcción de una sociedad solidaria, justa y fraterna”. (Benedicto XVI; Homilía 23-6-2011).
La
Eucaristía es la comida y la bebida que transforma la vida del creyente y es la máxima expresión del Amor de Jesús, su obra y don de redención.
“La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, “no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomas, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios”. (Catecismo, #1381)
En la festividad del Corpus Christi, no
solamente celebramos la Eucaristía; al salir Jesús en procesión por las calles,
también expresamos el valor de su sacrificio por su presencia real en la
Eucaristía, por la salvación del mundo entero y el cumplimiento de su promesa
de estar con nosotros, “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt
28,20).
Por lo tanto al adorar a Cristo en el
Sagrario, nos ejercitarnos en el silencio, la meditación, la alabanza, la
contemplación y sobre todo en la
oración, porque en la oración “el amor
es el que habla”, como dijo Santa Teresa.
Por eso cada vez que adoramos, entramos en
íntima relación con Jesús, Dios y Hombre
presente verdaderamente en el
santísimo sacramento. Así también reparamos nuestros pecados y los de la humanidad.
Jesús nos sigue amando hasta el extremo,
hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre, aprovechemos la festividad del Corpus
Christi para profundizar nuestra fe eucarística.
“La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llenos de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo”. Diciendo “Creyendo, esperando y amando, te adoramos”.
Santo Juan Pablo II
Lcda.
María Espina de Duarte
Twitter:
@mabelespina
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