Comunmente asociamos Bienaventurados con felicidad, dicha, bendición y fortuna, pero el propio Jesús nos dice que "Bienaventurado", es la persona que "escucha la Palabra de Dios, la acepta y la pone en práctica". (Lc 11, 27-28)
Así entendemos también que el amor nos hace bienaventurados por amar y ser amados, porque Cristo nos conoce y dirige una llamada al corazón humano especialmente a través de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Ciertamente somos Bienaventurados en la medida que asumimos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica en función de las necesidades del prójimo, como proclama el salmista: " Inclina mi corazón a tus preceptos y no a la avaricia". (Del Salmo 118)
Así como también somos Bienaventurados de corazón, cuando valoramos el gran amor redentor de Cristo por nosotros.
Por eso nos corresponde creer y actuar según ese amor, de tal manera que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos impulse a vivir y compartir los valores del Evangelio, bajo la premisa del AMOR.
Recordando especialmente que Jesús inició su predicación con el "Sermón de la Montaña", (Mt 5,2-11), donde proclamó bienaventurados, felices o dichosos no a los que ostentan riquezas o poder, sino a quienes aman y hacen el bien, compartiendo la fe con acciones concretas de caridad y misericordia.
"Jesús exalta a los que el mundo considera en general débiles, les dice Bienaventurados son ustedes que aparentemente son perdedores, porque ustedes son los verdaderos ganadores: El Reino de los Cielos es suyo.Lo dice aquél que es "manso y humilde de corazón". (Mt 11,29)
San Juan Pablo II; Homilía: 24-03-2000)
Lcda. María Isabel Espina de Duarte
Twitter: @mabelespina
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